El ganadero y tratante José Manuel Amado (izquierda), junto a dos compañeros de profesión, en la feria ganadera de la Cruz de Mayo / C.B.

El sector lamenta que la subida de precios, que no se traslada a sus ventas, hace que «no salgan las cuentas»

C. BERNAL

La feria ganadera primaveral por excelencia entre los cangueses siempre fue la de la Cruz de Mayo. Ganaderos, de pequeñas explotaciones vacunas, ataban sus reses en el ferial de La Himera sin que quedase un hueco libre para aparcar un animal más. «No se terminaba el bullicio ni el cierre de tratos hasta entrada la noche», recuerda Marisol Villabrille, dueña del restaurante La Himera.

La Cruz de Mayo se ha transformado hoy en una estampa menos llamativa, donde el espacio entre ganaderías es abundante y los tratos, entre tratantes y ganaderos, se reducen a unas pocas ventas e intercambios, quedándose el ferial de La Himera vacío de bullicio antes de empezar la tarde. «Cada vez hay menos ganaderías pequeñas, se están muriendo», analiza el tratante cangués José Manuel Amado, acostumbrado a tratar con los ganaderos del concejo con menos de 50 cabezas. «Me muevo mucho por los pueblos. Muchos ganaderos están desesperados, vendiendo y marchándose a vivir a la ciudad. O se quedan, pero con una o dos vacas», señala. Amado, propietario de Ganados Potes, que suma 99 madres, sugiere que es la baja rentabilidad a la que se ha abogado al sector, sobre todo, con la reciente subida en los costes de producción, la que ha precipitado la falta de interés de las nuevas generaciones por este negocio.

«En los últimos dos años el kilo de pienso ha pasado de 30 a 52 céntimos, mientras que el kilo de carne solo ha subido de 5 a 6 euros y la venta de una novilla recién parida de 2.300 a 2.600 euros. No salen las cuentas. Con razón los jóvenes no se interesan por este oficio», sostiene el ganadero de Villaláez.

Sonia Fernández coincide con el análisis de Amado. «A mí no me gustaría llevar la vida que llevó mi madre, todo el día ocupándose de las vacas, sin vacaciones ni un solo día. Es un oficio muy sacrificado y que hoy no da dinero», explica Fernández, camarera durante las ferias en el bar del recinto, así como dueña de la peluquería Córtate un Poco canguesa y administrativa de la ganadería familiar. «Yo consigo las subvenciones porque mi padre, con 70 años, no sabría ni por donde empezar», indica la tinetense.