Tradición. Una operaria de La Peral, entre cientos de quesos en proceso de maduración. / Foto: José Simal
La Peral. La familia de Esther Álvarez basa el éxito de su empresa en el esfuerzo del trabajo diario sumado a la investigación e innovación
RAQUEL FIDALGO
Mantener cien años una empresa familiar conlleva esfuerzo, dedicación y sobre todo mucho mimo a un queso que ha logrado despuntar más allá de las fronteras asturianas y que el 23 de junio cumplía su primer centenario. Manejar este producto no es tarea fácil y eso bien lo sabe esta familia de Illas, donde se elabora el queso de La Peral.
Esther Álvarez Bango y su marido José Luis López León junto a sus hijos Emilio y José Luis López, forjaron una tradición que se conserva hasta nuestros días. A ellos se sumaron años después Patricia González, nuera de la gerente y madre de Noemí López, tecnóloga de los alimentos y quinta generación de un negocio que no quiere quedarse atrás y mira al futuro por otros cien años, al menos.
Esther, gerente de La Peral, a sus 73 años sabe que conseguirlo es una cuestión de actitud y es que ella, en los cincuenta años que lleva en la quesería, nunca se ha dado por vencida en nada de lo que se ha propuesto junto a su marido José Luis. Recuerda con cariño sus comienzos en un mundo que para ella le vino de sorpresa, ya que el queso entró en su vida de manera casual. A los 23 años la familia de su marido la acogió como a una más en el negocio y allí aprendió que «los quesos van poco a poco y con mimo». Por ello ha dedicado toda una vida a La Peral, transmitiendo todo el conocimiento a sus hijos y a su nieta Noemí, apasionada del sector lácteo y con un reto personal: dar lo que puede y más. «Al trabajar con un producto vivo hay que estar constantemente pendiente, observando cómo evoluciona, si hay que darle vuelta al queso a la hora que sea hay que ir; es un trabajo sacrificado y duro para todos».
Todo lo hacen a mano como hace un siglo, aunque con toques personales. «El queso no mejoró por la técnica, sino por las vivencias de su creador», afirma Esther. Es el secreto de este queso azul elaborado con leche de vaca asturiana y madurado en la bodega natural que tienen en las instalaciones de la quesería.
Cuando comenzaron apenas eran 60 metros cuadrados donde realizaban todo el proceso: ahora tienen más de 1.500. Desde entonces muchas cosas han mejorado como los utensilios usados, las cubas y depósitos de leche o las propias instalaciones.
Todo ello son avances que han marcado una diferencia para poder ofrecer un producto que ya cuenta con cinco variedades de queso en el mercado y que dedica un 25 % de su producción a vender a países como Estados Unidos o Japón entre otros. Su internacionalización no es incompatible con seguir ofreciendo un queso tradicional y realizado con mucho cariño con una tendencia a cuidarlo cada día más.
Familiar
Todos los miembros de la familia están implicados en la mejora continua y ven cómo el esfuerzo de tantos años es reconocido a lo largo y ancho del mundo con diferentes premios a sus espaldas de los que no presumen ya que saben que para conseguirlos hay que levantarse temprano, ser muy dinámicos, investigar y a ello sumar el trabajo diario. Con tesón, valor heredado de su abuela, Noemí dedica parte de su jornada a implantar unas bases de calidad y de mejora para una marca que ya cuenta con el sello de Alimentos del Paraíso.
«Aquí no nos aburrimos, siempre estamos en constante evolución y viendo cómo avanzar». Para todos ellos, la tendencia actual es volver a cuidar del campo y de lo autóctono sin que ello impida la profesionalización del sector quesero para poder ofrecer un producto artesanal de calidad y poder avanzar más en esta materia. «Cuando quieres algo de una manera o de otra lo haces, y ese es el verdadero sentimiento de esta familia».