Socios de Rural Eco Lab, en la finca de Llanera donde cultivan hortalizas, frutas y verduras de forma ecológica / Pablo Lorenzana

Mientras la huerta asturiana languidece y la agricultura marca mínimos en su aportación al PIB regional, proyectos como Rural Eco Lab apuestan por la tierra y apuntan a la oportunidad perdida

A. S. GONZÁLEZ

La idea les rondaba la cabeza desde 2017 pero no fue hasta un año después cuando se constituyeron como empresa. Los siete socios que crearon Rural Eco Lab –ahora son seis- veían como Asturias se quedaba sin agricultores mientras la demanda de producto de cercanía y saludable crecía. Decidieron aprovechar ese nicho de mercado y demostrar que era posible mantener una explotación con producción propia y estable, capaz de abastecer a cadenas de alimentación con regularidad.

Cinco años después, en la finca que alquilaron en Llanera trabajan siete empleados que recogen anualmente cerca de ochenta toneladas de frutas, verduras y hortalizas: berenjenas, pimientos, lechuga, berzas, chiles, fresas, patatas, cebolletas, hasta catorce variedades de tomate… Todas ellas cultivadas en ecológico. El grueso parte hacia el canal horeca y las tiendas de alimentación, que asumen prácticamente la mitad, el 25% hacia el retail –grandes cadenas de supermercados como Alimerka- y el cuarto restante lo venden directamente al consumidor, que martes, viernes y sábado puede visitar la finca y hacerse con su botín gastronómico.

“¿Dónde puede, a día de hoy, comprarse tomate asturiano, tomate madurado en el árbol, que sepa de verdad, que cortas a la mitad y llena la casa de olor?”, se pregunta Rodrigo Caunedo, administrador de la finca. La demanda es alta porque el producto es único. “Si Murcia tuviera nuestra agua y nuestro suelo estaría haciendo maravillas”, compara.

En Asturias, sin embargo, apenas existen proyectos agrícolas de calado, con honrosas excepciones, como el kiwi, donde la región sí es potencia y es la segunda comunidad más productiva del país, y la faba, en actualmente en auge y con una estructura cada vez mñás profesionalizada.

El problema, detalla el gestor de Rural Eco Lab, es la productividad. Las explotaciones del Principado no son rentables porque no están mecanizadas y, mientras el país cultiva con técnicas del siglo XXI, la región sigue tirando de azada. La falta de productividad ha mermado el entusiasmo y la gráfica de PIB refleja el continuo descenso de la relevancia del sector: apenas aporta un 1,32%. Los productores locales pueden abastecer el entorno pero apenas sobrevivir con márgenes de beneficio muy estrechos. Cuando el campo clama, apenas quedan agricultores para alzar la voz.

Para que la huerta asturiana despierte es necesaria inversión, tanto pública como privada. “Para que una finca sea rentable, hay que meter entre 50.000 y 100.000 euros por hectárea”, explica Caunedo. En Asturias, lamenta, nadie apuesta por la tierra y las lechugas llegan de Galicia, los tomates de Murcia y el aguacate de Málaga.

También faltan manos. La gente rechaza trabajar en el campo aunque la dureza de las tareas, subraya el agricultor, nada tiene que ver con la de antaño. Rural Eco Lab colabora con Afa Formación Continua, que imparte el certificado de profesionalidad de agricultura ecológica para dotar al sector de profesionales cualificados.

El proyecto, con 15.000 hectáreas cultivadas, no ha tocado techo pero necesitaría más superficie para crecer. “La actividad agraria va a crecer. Es inevitable porque estamos muy abajo, porque lo impone la Unión Europea. En Asturias también crecerá, aunque a un ritmo más lento si nadie pone dinero. Y cuando lo hagamos, volveremos a llegar tarde”, concluye.