Rocío Díaz, en su ganadería en Ables / P. Nosti

Con un doctorado en Ingeniería Química, Ambiental y Bioalimentaria y una explotación ganadera de vacuno a su cargo, sería incapaz de elegir entre ambas profesiones. Reivindica reconocimiento social para quienes se sacrifican para que la comida llegue a la mesa

A. S. GONZÁLEZ

En ocho minutos, Rocío Díaz (Llanera, 1992) muta de ingeniería a ganadera. Es el tiempo que transcurre desde que abandona su puesto de trabajo en el Parque Tecnológico de Llanera hasta que alcanza su explotación en Ables. Disciplinada, entusiasta y, sobre todo, capaz, representa las dos Asturias, la más innovadora y la rural.

Ofrecerle elegir entre sus dos profesiones equivale a preguntarle a quién quiere más, a papá o a mamá. Siente, por un lado, la responsabilidad de perpetuar una tradición familiar que se remonta cinco generaciones atrás y, por otra, el compromiso de aplicar el conocimiento adquirido a costa de horas de esfuerzo y sacrificio.

Y, entre todo ello, ha encontrado la felicidad. Vestida de oficina olvida las preocupaciones del campo y, entre animales, se esfuman los quebraderos de su labor como consultora. Así transcurren las jornadas, demasiado largas. “Yo siempre digo que, cuando me meto en la cama, es el mejor momento del día”, bromea.

Cuando de niña le inquirían qué quería ser de mayor, respondía, con la boca bien grande, que ganadera. Sus padres replicaban: Serás lo que quieras ser, pero estudia. Ya ves el sacrificio que esto conlleva. Siempre tiene que haber un plan B.

Estudió tanto, que se graduó en Ingeniería Industrial en la especialidad de Químicas y después obtuvo el Doctorado, con calificación Cum Laude. Los trabajos en la Universidad los llevaba a su terreno: estudio de impacto ambiental de una ganadería de leche –entonces la suya lo era-, dimensionado de una planta de compostaje para residuos ganaderos, investigación sobre la leche en polvo. Cerró el círculo con su tesis, analizando las emulsiones de doble influencia en los yogures. Las prácticas del Máster las realizó en Reny Picot.

La ganadera en mitad de su rebaño de vacas. / P. Nosti

La ganadera en mitad de su rebaño de vacas. / P. Nosti

Su afán era conjugar ambas pasiones y aplicar conocimientos científicos para solventar problemas de la actividad ganadera o de su cadena. “Todos los trabajos son importantes en esta vida. Sin ingenieros no funcionarían las industrias, pero sin ganaderos esos ingenieros no tendrían que comer”, defiende.

La sociedad, sin embargo, no mira con idénticos ojos ambas profesiones. Los galones se los lleva el licenciado mientras persiste la idea del “paleto del pueblo” tras la una explotación de vacuno. “Al final, somos empresarios”, reivindica. Su currículum demuestra lo errado del planteamiento popular.

A su cargo están más de un centenar de reses destinada a la venta cárnica e integradas en la IGP ternera asturiana. La venta de leche requiere una mayor dedicación, incompatible con su doble actividad, así que optó por dar un giro al negocio familiar.

Rocío Díaz afronta con miedo el futuro, no tanto el propio como el del sector, que arrastra una crisis perpetua a la que se suma la actual, que está hecho de sacrificio y que carece de relevo generacional porque, atendiendo a los números, y pensando con la cabeza y no con el corazón, la realidad es que el negocio ahora mismo no merece la pena.

“Si esto sigue así, no sé qué vamos a comer…”, lamenta. Su crítica centra el tiro en los intermediarios y sus beneficios porque, mientras centenares de productores han cerrado sus explotaciones con pérdidas en los últimos años, el eslabón fuerte de la cadena apenas se ha resentido. Mientras tanto, la carne se vende – no al cliente final- por debajo de su coste de producción, incumpliéndose la Ley de Cadena Alimentaria.

A esta joven ganadera le hierve la sangre cuando se criminaliza el sector. Lo achaca, una vez más, al desconocimiento porque “nadie quiere más a la naturaleza y a sus animales que un ganadero”. Ella se crio entre ellos, una más dando leche a los terneros, ordeñando, recogiendo hierba… Sus amigos lucharon estos días con sus propias cubas para apagar el fuego, poniendo en riesgo su vida.

Por todo ello, insiste en su mensaje: “Todos los trabajos son importantes. Simplemente, hay que reconocer su valor y darles el precio que merecen. Ahora eso no está ocurriendo”. Consciente de que muchos enarcan la ceja cuando pide vacaciones en el trabajo para los quehaceres en la granja y de que más de uno no la reconocería entre barro, no quiere ni oír hablar de renuncia.

Si no aguanta más, si el ritmo lo puede y los números no alcanzan, reducirá el tiempo de dedicación, pero no dirá adiós a sus reses. Al fin y al cabo, llevan casi más tiempo que ella en la familia.