Héctor García, en una muestra de ovejas carranzanas
Lo que antes era una forma de vida y una actividad económica, como es la cría de ovejas carranzanas, se ha convertido también en una «cara afición» para la que incluso hay que tener otro trabajo. Héctor García no renuncia a ella, pero asume que cada día es más difícil mantener los rebaños
A. S. GONZÁLEZ
El presidente de la Asociación de Criadores de Cabras y Carranzanas del Alto Nalon (ASCAN), Héctor García González, habla de sus animales como se habla de un hijo, con orgullo. Esa pasión le movió hace dos años a constituir la organización, que suma 89 ganaderos y varios concursos para que las reses presuman de presencia y esencia. Los integrantes son entusiastas de la raza que en muchos casos compatibilizan su cuidado con otras profesiones. “No somos pastores, el pastor estaba con las cabras en el monte y vivía allí y eso ya no es posible. No sé cuántos pastores quedarán en Asturias pero muy pocos y cada vez habrá menos”, augura no sin tristeza.
De profesión soldador, entiende cada una de las reivindicaciones de quienes protestan estos días por la asfixia del campo. Los piensos y forrajes cuestan el doble que hace dos años y, si a eso le sumas el problema del lobo, la cría se convierte en “una auténtica ruina”. Lo que otros invierten en su tiempo de ocio, él lo destina a un “hobby” que fácilmente se convierte en “vicio”.
Por muy triste que suene, cuenta, lo que antes era una forma de vida y una actividad económica se ha convertido en una cara afición que desanima a cualquiera. Por eso, le rechinan los dientes cuando hablan los “animalistas” y cuestiona el mismo término. Animalista debería llamarse a quien se preocupa de las reses, las alimenta y las integra en su vida, plantea y añade, a modo de resumen: “Prefiero pasar hambre yo a que a ellas les falte comida”.
Enamorado de la naturaleza, García se crió entre animales y, mientras su padre bajaba a la mina, su madre se hacía cargo del ganado. En El Entrego cría ovejas y en El Abeduriu pastaban sus cabras hasta que, cuatro años atrás, el lobo acabó con ellas. La cabra tira al monte, como bien dice el refrán y mantenerlas estabuladas no era una opción.
“Se mueren encerradas y también se mueren libres sin que podamos hacer nada”, claudica. El problema es serio y las pérdidas de cabezas en el Principado, constantes. De hecho, varios miembros de la asociación no pudieron bajar a sus cabras al concurso porque el rebaño acababa de ser cercenado. Él no quiere que el depredador desaparezca, pero sí una gestión distinta que permita una convivencia en el monte “como antes”.
Mientras los problemas acechan y “perder, perder y perder” se convierte en una constante, García ensalza la genética de las carranzanas asturianas. La raza, popular en el País Vasco, en donde utilizan su leche para elaborar queso Idiazábal, tiene también una amplia presencia en Cantabria y, por su puesto, en su región de origen.
Los jueces que acuden a los certámenes valoran el color, la lana, la forma de la cabeza, la ausencia de pintas, los aplomos –que pise bien-, la estructura corporal… Los ganaderos juegan con los cruces para que sus reses sean cada vez mejores, al menos, quienes pueden permitírselo. “Yo lo tengo claro. El día que una de mis ovejas no pueda comer bien, y cada vez es más difícil alimentarlas con estos costes, la vendo o la regalo. Lo importantes es que estén bien”.