El rebaño de Eduardo Cortés, en su finca
Eduardo Cortés compró cincuenta ovejas xaldas para pastar su pomarada en Peñamellera Baja. En menos de un año, los lobos han matado ya casi la mitad de su rebaño
A. S. GONZÁLEZ
De las cincuenta ovejas xaldas que el pasado mes de julio llegaron a una pomarada entre Cimiano y Merodio (Peñamellera Baja), ubicada a 500 metros de altura, ya solo quedan 27. Al resto, y a sus corderos, se las comió el lobo en cinco ataques distintos, los dos últimos ocurridos en poco más de una semana. A Eduardo Cortés le basta contar las bajas para atestiguar los daños detrás de cada envestida. Al Principado no y solo ha certificado la pérdida de seis animales. Su caso ilustra algunas de las carencias del sistema de la reparación de daños por el lobo porque las aves carroñeras acostumbran a llegar más rápido que los guardas. En esa zona siempre lo hacen. De hecho, muchas veces su presencia alerta del desastre.
Así ocurrió estas dos últimas veces, cuando los vecinos le advirtieron de que decena de águilas sobrevolaban su finca y que habían matado también un ternero en los alrededores. Mala y certera señal. El ataque se produjo durante la noche, pero el afectado no llegó de Villaviciosa, donde tiene otra finca, hasta las siete de la tarde. Trató entonces de informar de lo ocurrido pero ya nadie cogía el teléfono. Había perdido ocho ovejas y nueve crías.
El guarda constató al día siguiente la marca del lobo pero no quedaba rastro de los corderos y apenas restos deslavazados de las ovejas. 37 aún permanecían con vida. Diez más morirían menos de una semana después.
La siguiente ocasión reaccionó más rápido. A primera hora del lunes, apenas unas horas después del siguiente ataque, notificó lo ocurrido pero a su finca no llegó nadie hasta las cinco de la tarde. El guarda que días atrás había contado los animales supervivientes, certificó tres muertes en las que, cuenta Cortés, “el crotal seguía unido a la oveja”. Los despojos de las demás y las fotos tomadas tras el incidente sirvieron para poco. Tras su queja, el Principado revisará el expediente.
Cortés asume que se quedará sin ovejas a pesar de los dos mastines que las custodian y que también resultaron heridos. Los funcionarios ya le han recomendado que se deshaga de ellas. Su caso es particular porque no se trata de un ganadero. Él, en realidad, es agricultor de manzana ecológica integrado en la DOP y la acción de las ovejas le ayuda en las tareas de desbroce y mantenimiento de la parcela.
“¿Por qué me tengo que ir yo?”, clama. Advierte, además, que no es “antilobo” ni aboga por las batidas y tampoco le extraña que el depredador baje cada vez más si arriba no tiene comida “¿Nuestras ovejas son para dar de comer a los lobos? ¿Lo han decidido así para protegerlo? Vale, hay que alimentarlo, pero que asuma el coste el Principado, no puede encima caer sobre las espaldas de los ganaderos. Si el Principado así lo quiere, que lo pague de verdad”, asume.
Es necesario, apunta, un servicio 24 horas para atender la notificación de daño antes de que una bandada “de hasta cincuenta carroñeros” acabe con los restos y, mientras tanto, asumir su presencia y efecto sobre los cadáveres antes de negar las certificaciones. “Si detectan un fraude, que actúen y sean contundentes, pero todo lo demás es surrealismo”, protesta.
“Ni siquiera quiero dinero. Yo quiero a mis ovejas. Si el lobo me mata a siete, que a la semana siguiente aparezca un camión con otras siete y no hay más problema. Alimentamos al lobo”, se resigna.