Eva García Vidal, en la finca de Casa Garzea, en Castrillón / D. ARIENZA

Casa Garzea reivindica la felicidad de comer huevos de casa en un proyecto que conjuga bienestar animal con la alimentación consciente

A. S. GONZÁLEZ

El jolgorio de las gallinas pastando el campo se torna en rutina en Casa Garzea. Siete mil aves campan a sus anchas en la finca familiar que Eva García Vidal recuperó en Castrillón para acunar un proyecto ecológico con el que regresar Asturias, impulsar el emprendimiento rural, apostar por el bienestar animal y fomentar una alimentación consciente y saludable.

Casa Garzea nació siete años atrás y supuso supuso la cuadratura del círculo, aunando cada una de las intenciones y tirando de raíces porque en la memoria de su impulsora  persistía el sabor de los huevos de las gallinas de su madre y la cantinela del entorno alabando su sabor. Huevos de casa para compartir una felicidad casi olvidada y paulatinamente más inaccesible. Cambiar una vida urbana por el alboroto y los cacareos.

De la granja, que dependiendo de la temporada oscila entre los tres y cuatro trabajadores, salen a diario en torno a 6.400 unidades de sabor intenso, yema brillante que resiste hasta que se desparrama, bien como plato principal o colmando de gusto cualquier receta. Las gallinas disfrutan en libertad hasta las diez de la noche:vuelan, suben, bajan, entran, salen…

A esa hora entran a dormir hasta las seis de la mañana del día siguiente, cuando se les enciende la luz. Fugazmente se asean, escondiendo su pico entre el plumaje, se airean, estiran, beben y remolonean. Después, cada una a su ritmo pone el huevo. A las diez de la mañana se sube la persiana y de nuevo pueden salir a pastar.

En Casa Garzea han plantado en torno al millar de frutales para que se alimenten mientras retozan felices, ajenas al estrés de la producción: kiwis, manzanos, perales… “Lo más natural y lo más puro, lo de toda la vida”, explica la propietaria. También se les da soja, que traen de Francia en una apuesta por la mejor calidad, alfalfa, trigo… Todo, por supuesto, en ecológico.

Si los humanos, somos lo que comemos, García Vidal extiende la máxima al sector avícola. Y añade: “La diferencia entre un huevo campero y uno ecológico es toda”, defiende. Para obtener el sello, la tierra donde viven las gallinas debe estar libre de pesticidas o químicos, ni siquiera cuando enferman se les administran antibiótico -puede hacerse pero en ese caso pierden el sello- y por supuesto su alimentación difiere.

“Comen lo que más les gusta y por eso, nos dan los mejores huevos. No hay prisas…no hay aditivos…todo fluye de modo natural”, defiende la finca asturiana, convencida de que “no hay proteína más pura y más sana que la del huevo ecológico”. El suyo es un “proyecto vital” anclado al territorio porque Asturias es, por su clima, el lugar ideal para la cría de una aves que aborrecen el calor.