La Flor Cerval es el proyecto de la joven pastora Marina Pérez, quien recupera la lana de la oveja xalda, en peligro de extinción
A. S. GONZÁLEZ
La verdísima localidad de Tene, aupada en la montaña de Quirós, acuna un proyecto único, el primero soñó y alumbró después Marina Pérez (31 años). Allí retorna al pasado y recupera una tradición ancestral, la de recopilar y comercializar la lana de las ovejas xalda, raza autóctona en peligro de extinción cuyas raíces asturianas se remontan a la remotísima protohistoria.
Pastora y madre de tres hijos, dos aquí y el tercero en camino, eligió para sus hijos la vida en la aldea. A Quirós llegó embarazada del primero casi por casualidad y el nacimiento del pequeño, una revolución en un pueblo de 34 casas, tejió raíces profundas con el terruño. Decidieron quedarse. Adquirieron un rebaño pequeño que ahora suma 48 cabezas.
La lana procede de ellas pero también de infinidad de ganaderos que se ponen en contacto con ella para facilitarle el material que pasó de bien de lujo a residuo y ahora adquiere una segunda vida. «Visualizar un futuro para los animales y nuestra convivencia con ellos pasa por revalorizar este regalo que nos dan», defiende.
Son cinco los pegoyos que sustentan el alma de esta marca rural, nacida tras asistir casi por casualidad a un curso de emprendimiento y con el apoyo incondicional de su pareja, Rodrigo Álvarez: la recuperación de la cultura e identidad territorial, la revitalización del medio rural, el mantenimiento del paisaje y la biodiversidad, la puesta en valor de la raza, trascendental para su conservación y, por supuesto, la construcción de alternativas de consumo responsable.
La lana «abrigó al ser humano desde los comienzos de la historia. Hombres y mujeres caminábamos juntos por una senda que hoy se rompe», explica el alma de La Flor Cerval. Mientras el lavado de materiales sintéticos genera cada año medio millón de toneladas de microplásticos que acaban en los océanos, el pelaje de los animales asturianos se trata como y residuo.
Los pastores le han regalado hasta ahora el pelaje pero, cuando la actividad coja impulso, su intención es que todos ganen poniendo en valor la raza y el producto. Casi una tonelada de lana ha pasado este año por sus manos. Con mimo y minucia destierra las partes menos nobles y selecciona en torno a 400 kilos –el trabajo de descarte es quizás el más complicado- que envía para su tratamiento a una fábrica de Cuenca, Wool Dreamer. Allí la lavan y la hilan.
De vuelta al pueblo, la convierte en madejas de tres colores, blanca, negra y de gris, tonalidad única procedente de las ovejas cardinas. Si nada se tuerce, esta temporada tintará parte de ella para crear distintos colores que reflejen la paleta cromática. La lana vista ya y abriga a quien «valora las cosas que se hacen con amor y con respeto al territorio”. Es, cuenta, «lana para conquistar soberanía» de la montaña y el paisaje.
El boca boca le permitió vender los diez primeros kilos de hilo y ahora que ha conseguido elaborar ocho veces más, toca emprender ruta para presentar su producto en las mercerías de la región. Porque, los cuatrocientos kilos de lana que viajaron de Asturias a Castilla, se convirtieron en 80 kilos de hilo. La merma es brutal y casi el ochenta por ciento de la materia prima se pierde.
La pastora ha aprendido las técnicas de tratamiento por ensayo y error y también a través del testimonio de una mujer muy mayor que le envió «un audio precioso». Cuenta Pérez que la lana de oveya xalda representa su entorno. Es «vasta, agreste, más rustica con una belleza que merece la pena reivindicar y valorar”; también térmic, transpitable, impermeable, bactericida e hipoalergénica. Durante milenios vistió a quienes moraban a este lado de la tierra. Entonces animales y seres humanos estaban integrados en el paisaje.
«Hoy el mundo predominante es tangencialmente distinto». Apenas hay lana pura en la industria textil. Las ovejas xaldas casi desaparecen y se complica dar con unos calcetines que verdaderamente abriguen. En Quirós, a más de seiscientos metros de altura, reivindica la gran belleza y el valor de lo que muchos no se paran a ver y mucho menos mirar.