En fase de explosión demográfica en Cangas del Narcea y Somiedo, el roedor provoca infinidad daños en los cultivos

A. S. GONZÁLEZ

La rata topera encuentra en la cornisa cantábrica un hábitat idóneo en por sus extensas praderas y plantaciones de frutales. Su presencia no es nueva -ya en el siglo XVII moraba en el subsuelo de las llanuras de Villaviciosa- pero las poblaciones experimentan notables oscilaciones con años de elevada abundancia. El roedor se encuentra en fase de explosión demográfica en Cangas del Narcea y Somiedo y también en la vecina Galicia, donde ya han cuantificado las pérdidas que acumulan hasta ahora ocho municipios lucenses afectados: la friolera de 600.000 euros

A pesar de su minúsculo tamaño, la rata topera es responsable de importantes pérdidas agrícolas. Devora las raíces de manzanos, perales, kiwis ciruelos o aguacates, que acaban por morir. En una pomarada joven pueden acabar con tres cuartas partes de la plantación. Desde las galerías subterráneas que habitan ingieren el equivalente de su peso en comida, entre 80 y 130 gramos de alimento diario.

Aitor Somoano, investigador del Serida, estudia desde hace años a estos pequeños animales que, en libertad, viven en torno a un año, período en el que pueden reproducirse hasta siete veces con una media de 3,6 crías por camada. Algunas hembras tienen hasta 28 descendientes.  Las que habitan cerca del mar paren en más ocasiones mientras que las que lo hacen en zonas de montaña alumbran menos pero con más retoños por parto.

El investigador Aitor Somoano

El investigador Aitor Somoano

Su vida transcurre entre galería subterráneas, que habitan en parejas con su descendencia, hasta que crecen y se convierten en competencia, momento en el que buscan su propio hogar, y también en superficie, donde generan montones de tierra debido a su actividad excavadora y destrozan los silos. Cuando ocurren las explosiones demográficas, se dispersan con facilidad. La prevención, subraya Somoano, es fundamental para contener los picos poblacionales.

Ganaderos y agricultores tienen que atajar el problema cuando observen un tímido aumento de las toperas porque después será tarde. En fases como la que atraviesan cangas del Narcea o Somiedo puede llegar a haber mil ratas topo por hectárea. Los propietarios de las fincas deben asumir la responsabilidad de vigilar la evolución para dar la voz de alarma y establecer medidas. Ahora mismo, Villaviciosa ha experimentado un ligero incremento que , a falta de más indicios, podría ser el preludio de un nuevo ciclo de explosión demográfica en el área.

Si la rata topera avanza, los agricultores deben coordinarse en la adopción de medidas para luchar conjuntamente contra la plaga. En caso contrario, el problema solo se desplazará unos metros y los roedores continuarán expandiéndose. Si esa colaboración, que siempre es la primera opción, no es posible, la alternativa es aislar la parcela con una valla perimetral de al menos un metro de altura, instalando la mitad bajo tierra.

Es preciso, además, trampear las toperas e instalar perchas para que el descanso de las aves rapaces, depredadores naturales del incómodo roedor. Cuantos más obstáculos encuentren a su paso, mejor. Por eso, el paisaje agrícola tradicional minifundista asturiano limita su expansión. En grandes fincas, lo ideal es instalar setos, muros de piedra, plantar árboles… En definitiva, heterogeneizar el paisaje.

El ganado también limita su presencia porque, por un lado, compiten con los rumiantes por la hierba del pastizal y, por otra, el pisoteo constante del terreno compacta la tierra y dificulta su acción, además de destruir galerías. La “caja de herramientas” para contener la expansión se completa con el fomento de depredadores autóctonos, como el zorro, el gato montés, la comadreja o el armiño, estrategia en la que trabajan ya en el occidente asturiano Principado y Serida.