Foto de  P. Nosti

La presencia de la única gallina autóctona del Principado, aún en riesgo de extinción, se extiende por Estados Unidos, América del Sur y por supuesto Europa

A. S. GONZÁLEZ

En los años ochenta, apenas quedaban pitas pintas. Habían sido, como recuerda el Serida, “barridas literalmente de su territorio” por otras razas con un mayor aprovechamiento comercial. Se percató el veterinario Rafael Eguiño, que localizó en “lugares de difícil acceso” los escasos ejemplares que resistían al asedio de la productividad. Inició entonces la recuperación de ‘les pites d’enantes’, como eran conocidas en el mundo rural, e impulsó la Asociación de Criadores de Pita Pinta Asturiana (ACPPA ).

El libro genealógico documenta a día de hoy la existencia de casi 3.700 ejemplares pero existen muchísimas más alrededor el mundo. La demanda, explica Arturo González, presidente de la organización encargada de su conservación, fomento y mejora -aún está considerada en riesgo de extinción- es “muy alta” y proviene de América del Norte y del Sur y por supuesto, de Europa, especialmente de Italia, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Alemania y Rumania, donde sus propietarios han constituido su propio club.

Es una “raza de coleccionista” con mercado nivel mundial. ¿Qué la ha llevado hasta aquí?

Por un lado, la promoción. “Nos movemos muchos y participamos en todos los concursos. Ella es muy llamativa y no es fácil de criar, lo que en vez de un impedimento es un reto que nos incentiva”, abunda el responsable. Conocida y valorada por rusticidad y su resistencia y capacidad para adaptarse a cualquier temperatura y terreno, su adquisición está vinculada al hobby porque “nadie” con un interés industrial optaría por una pita pinta.

Aborrecen las jaulas y salen adelante en libertad. Requieren también de tiempo; de siete meses a un año para convertirse en sabrosos pollos de más de cuatro kilos -algunas razas industriales se venden 45 días después de nacer- y también durante el cocinado dado que la carne es “más fuerte y fibrosa”. La grasa se infiltra en la carne y el resultado rezuma sabor con tanta intensidad como espanta la rentabilidad.

Tradicionalmente, su función en la casería era la producción de huevos, más sabrosos y densos. Ponen una media de 180 al año, de nuevo una cifra muy alejada a los rendimientos esperados a nivel comercial, aunque con media docena de gallinas una familia podría autoabastecerse, puntualiza González.

El Serida avala la “buena calidad” de la carne y matiza que la producción de huevos es “en cantidad interesante como campera”. Sus plumas, añade, “se emplean para la fabricación de moscas para la pesca”.

Sea como fuere, manda la pasión. Por pasión, Nicolae Chiriches cría en una finca de San Esteban de las Cruces (Oviedo), convertida en su particular arca de Noé, doscientas pitas pintas que conviven con loros, patos, ponis, conejos, cabras, pavos reales, ocas… Es el hobby que abraza cuando escapa del trabajo. En su granja están presentes las cuatro variedades -pinta, blanca, roxa y abedul- fácilmente diferenciables por el color de su plumaje.

Los casi sesenta miembros de ACPPA  trabajan por la mejora de la raza y cada año aportan entre ocho y diez machos al Banco de Recursos Zoogenéticos (BRZ) del Serida, que conserva material genético de todas las razas autóctonas en peligro de extinción.