Paula Álvarez, gerente de la IGP Faba Asturiana. / D. Arienza
La demanda de faba asturiana supera la oferta a pesar de encadenar cosechas de récord, la última con 141 toneladas certificadas por la IGP
A. S. GONZÁLEZ
La evolución del cultivo de la faba asturiana y el sentir de sus productores constata una realidad ampliamente cuestionada: el campo tiene futuro en Asturias. Cada vez se cultivan más hectáreas y se recogen y certifican más toneladas. El año pasado, trece nuevos productores se integraron en la identificación geográfica. Aún así, se fueron más de los que llegaron. Paula Álvarez, gerente de la IGP, lo achaca a la profesionalización del sector ya que quienes abandonaron el sello, explica, cultivaban la leguminosa como complemento a otra actividad.
Por eso, en la temporada 2021-2022, los 141 productores alcanzaron los mayores registros en la historia del sello de calidad: 212 hectáreas cultivadas, 141 toneladas de faba certificada y 211 producida. Las más de cincuenta toneladas de diferencia se fueron al mercado de confianza, en el que el producto va directo de la mano del agricultor al cliente final.
En el sector de la faba, la demanda supera la oferta. La tranquilidad de trabajar con el producto prácticamente vendido no se paga con dinero pero resulta, además, que los márgenes son amplios y “se puede vivir bien” cultivando un producto que requiere, no obstante, mucha dedicación.
La faba asturiana tiene un precio muy superior al de otras leguminosas porque “su coste de producción es muy elevado”. Ronda los seis euros el kilo. El motivo, la escasa mecanización del proceso, que requiere de esfuerzo, dedicación y mano de obra para la recolecta. Muy sensible a los cambios de temperatura y a también a los patógenos, no es una plantación fácil. La rentabilidad obliga a doblar el lomo y estar muy encima del cultivo para garantizar el éxito final.
Por eso, Álvarez entiende que haya quien recurra a la alubia de importación pero matiza que el producto no es el mismo. La producción de faba asturiana no daría, además, para cubrir toda la demanda a pesar de que se certifican 74 toneladas más que una década atrás.
“La contraetiqueta protege al consumidor. Evita que le engañen y le den un Twingo por un Ferrari”. Por eso, defiende la convivencia de leguminosas “para todos los bolsillos” pero con la garantía de que el súper deportivo no esconderá un motor de utilitario. La faba asturiana es “más mantecosa” y cada grano tiene mayor densidad. Al cocinar puede romperse pero no despellejarse. La de fuera resulta en boca más harinosa y, al ojo, es en crudo más amarillenta.
“Al cliente no hay que decirle que consuma faba asturiana pero sí trasladarle que, cuando decida hacerlo, cuide que no le engañen”, sostiene la directora técnica de la IGP. Con el producto ya posicionado en términos de calidad, su lucha ahora es abundar en la profesionalización. La apuesta es la formación: “La sabiduría en el campo pasa, muchas veces, de padres a hijos y eso está muy bien en cultivos pequeños pero, a veces, los consejos de toda la vida se quedan cortos. Además, todo evoluciona”, justifica.