Vacas comiendo en una explotación ganadera asturiana. / Pablo Nosti

A los animales se les pautan dietas de nutrición personalizadas no solo para mejorar su rendimiento, también para cuidar su salud e incluso mitigar sus emisiones

A. S. GONZÁLEZ

La base de una buena salud está en una dieta equilibrada. La máxima se aplica, por supuesto, a los humanos pero también al ganado y la realidad es que alimentar a una vaca tiene más ciencia de lo que a priori puede parecer. El compendio de nutrientes es fundamental para optimizar el vigor de las reses, regular su capacidad productora e, incluso, actuar contra el cambio climático, un factor cada vez más relevante ya que la contribución de los rumiantes al calentamiento global oscila en torno a un significativo 4%.

Las dietas personalizadas y adaptadas están a la orden del día. Nada se deja al azar en la alimentación de precisión y la dieta diaria de cada res se pauta en función de su fase de vida productiva, del forraje que consuma, de la orografía en la que se mueva y el gasto energético que ello le suponga, entre otros factores.

Cuenta Tomás Zaballos, responsable de nutrición y calidad en Campoastur, que el primer objetivo es garantizar la salud de los animales y, después, mejorar el rendimiento de las explotaciones ya que la producción de las vacas lecheras puede ser muy diferente en función de su alimentación. Somos lo que comemos y la calidad de la leche o la carne mejora con una dieta ajustada. Además, saber qué necesita cada animal en cada momento permite optimizar el gasto su manutención.

No come igual, o no debería, una res en crecimiento, lactación o reposo. El momento en que más energía requiere es, precisamente, en el pico de lactación, que se produce entre el día 50 y 80 después del parto y ahí es cuando el aporte proteico debe coger más músculo porque una vaca productora de leche tiende a fabricarla incluso a costa de su propia condición corporal.

En la alimentación de precisión, se estudian las necesidades de proteína, fibra, energía, grasa, hidratos de carbono y minerales. No es lo mismo alimentara un animal para que engorde y produzca leche orientar la dieta a la producción de carne.

La dieta base son los forrajes, que pueden consumirse bien en el pastoreo o la propia explotación y que constituyen, al menos, un 40% del aporte. A partir de ese porcentaje, los nutricionistas equilibran las raciones, jugando con los componentes del pienso, que pueden llevar maíz y distintos cereales, pulpa de remolacha, probióticos…

Mientras los seres humanos nos jactamos de comer hasta cinco veces al día, las vacas lo hacen el sesenta por ciento de su día por lo que, más que cuantitativos, los ajustes en la dieta son cualitativos.

Uno de los asuntos que aborda la nutrición animal es la contención de las emisiones a medio ambiente. Los eructos de las vacas, y también sus flatulencias aunque en menor medida, emanan abundante metano. Por eso, se dice que, en un año, una vaca aporta al cambio climático lo mismo que un vehículo familiar. Zaballos explica cómo tratan de dar con alimentos más digestivos, incorporando distintas fibras, levaduras o lactobacilos, para minimizar este problema. Su equipo asesora a 700 ganaderías en Asturias, a cuyos animales pautan su particular menú diario. Y, aunque asume que habrá nuevos avances y mejoras, no augura cambios sustanciales: “La alimentación del futuro es la que tenemos hoy”, sentencia.