Paloma Camino cuida sus cabras en su explotación ganadera de Nava. / J. M. Pardo
Formados y conectados digitalmente, cuestionan a los urbanitas que quieren reinventar el mundo rural, viven preocupados por problemas como el lobo y asfixiados muchas veces por la burocracia, pero resisten con una elección vital que les hace felices
A. S. GONZÁLEZ
Son los agromillennials, los jóvenes agricultores y ganaderos que labran hoy el mañana del campo. El futuro del mundo rural está en sus manos y en sus desvelos. Tienen más formación que antaño, un espíritu crítico, mucha ilusión y un incipiente desencanto por las trabas administrativas de un trabajo que ocupa horas y, aun así, les apasiona. En Asturias, son Pablo, Paloma, Cristina, Edmundo, César, Sergio, Javier, Judith… Cada uno con sus propias historias y motivaciones. La ingeniería forestal que cambió por verde la rutinaria oficina, la arquitecta que guardó los planos, la joven criada entre reses, quien supo desde niño que su vida transcurriría entre azadas…
Juventudes Agrarias de COAG y Universidad de Córdoba dibujan la silueta demográfica de todos ellos en el estudio ‘Agro-millennials. Perfil de los nuevos agricultores y ganaderos del siglo XXI’, una radiografía de la savia nueva del sector. Les gusta lo que hacen. Tanto, que en una escala de 10 puntos conceden casi el sobresaliente a su elección (8,48). La mayoría es hijo o familiar de agricultores o ganaderos (75%), vive en el medio rural (83%), se dedica a tiempo completo a la actividad agraria (69%) y es el titular de su explotación (87%). La tradición ha sido maestra de muchos (76%), pero han seguido formándose en su profesión. Un 65% ha participado en cursos y talleres y un 35% obtenido título de FP o universitarios vinculado a la actividad agraria. El retrato costumbrista del agricultor y ganadero queda en las antípodas de estas nuevas generaciones de hombres y mujeres rurales. Uno de cada cuatro es universitario y los ciclos medios y superiores de formación profesional son comunes en un currículum que guardan para sí porque su mejor carta de presentación son sus reses o el fruto de su huerta.
Desde la aldea, están conectados al mundo a través de las redes sociales. Instagram, y después, Facebook, son sus plataformas preferidas y muchos de ellos cierran sus tratos a golpe de WhatsApp. Pablo González Carracedo, de 28 años, creó casi cuatro años atrás un grupo con cuatro o cinco contactos para ofrecer sus productos. Ya cuenta con cerca de cincuenta miembros que reciben los productos ecológicos que recolecta en Fonciello, en Meres.De la tierra al hogar sin intermediarios, lo que le permite jugar con los precios y ganar en competitividad, ofreciendo productos de calidad superior a un precio similar al de cualquier cadena o frutería. El mismo día que lo recoge o el siguiente, lo reparte en su furgoneta por el área central de Asturias.
En invierno, brotan coliflores, brócoli, berza, acelga col, repollo…. En verano, tomates, pimientos, berenjena, calabacín o pepino. También cultiva faba y manzanos. La actual es su segunda explotación porque la anterior se le quedó pequeña. Él es de los que siempre supo que se dedicaría al campo, aunque sus padres no explotaran la tierra. Por eso, estudió Agricultura Ecológica y Fruticultura.
Mientras hincaba los codos, aún sin trabajar, se dio de alta en el Registro General de la Producción Agrícola (REGEPA) para que el tiempo corriera rápido y poder dar de alta en ecológico cuanto antes.
Pero no pudo beneficiarse de las subvenciones al emprendimiento en el campo. Las trabas de la Administración y los excesivos requisitos son una de las quejas más comunes entre los jóvenes agricultores y ganaderos. El 73% consideran útiles las ayudas económicas para la incorporación, pero el 66% las creen insuficientes.
Lo que más aborrecen de su trabajo es, de hecho, la excesiva burocracia (69%), la dificultad para el acceso a la tierra (42%) y el largo periodo que transcurre desde que se solicita la ayuda a su concesión (41%). “Estoy más tiempo haciendo papeles que plantando o dedicándome a la huerta”, resume González Carracedo.
A Paloma Camino (36 años) también le hierve la sangre al mentar a la administración; de hecho, el 45% de los encuestados protestan por la falta de apoyo institucional, que puede condicionar su permanencia en el sector. Ella centra su crítica en la gestión de lobo, que se ha convertido en una constante preocupación para los ganaderos de toda Asturias. A su juicio, se están cargando, poco a poco, el mundo rural, el de verdad. Alude entonces a todos los urbanitas llegados a la aldea con sus trabajos y sus portátiles, enamorados del encanto de la naturaleza asturiana, bella y agreste, pero que simplemente trasladan su modo de vida sedentario a un escenario distinto.
Ella se crió entre vacas con sus abuelos. Le hubiera encantado estudiar veterinaria, pero la economía no daba para tanto así que, casi desde la adolescencia, conjugó sus labores en la ganadería con un trabajo en una clínica veterinaria. Estudió FP de Grado Medio como Técnico de Laboratorio y trabajó además en el zoo de Cangas de Onís y como guarda de un coto de caza.
Hasta que dejó todo para dedicarse en exclusiva a los animales en su Nava natal. Dice, con ironía, que lo hizo para poder protestar con más ahínco porque antes le achacaban que la ganadería, para ella, solo era un ‘hobby’. La carne de sus reses se integra en la IGP Ternera Asturiana y en el COPAE.
Tiene 18 vacas, 25 ovejas y 40 cabras, gallinas, gochos, conejos… Y tanta pena como indignación. Porque se protege al lobo pero no a la oveja, los montes se queman en un problema agravado por el abandono del mundo rural y en Bulnes, recuerda, ya solo hay turismo cuando de niña veía un paisaje repleto de ganado. Y, sobre todo, porque la Asturias de la que hoy nos orgullecemos no será la del mañana si desaparece la ganadería en extensivo.