Daniela Schmid y Severino García han logrado recuperar una tradición que parecía perdida: «Nos hicimos ganaderos por necesidad y ahora queremos transmitir la experiencia de vivir en nuestro campo»
RAQUEL FIDALGO
Daniela Schmid y su marido Severino García cambiaron su profesión de ceramistas por la de ganaderos hace ya casi 30 años cuando se mudaron de la ciudad al campo, concretamente a Argüero (Villaviciosa), donde conviven con razas autóctonas como el asturcón, el gochu asturcelta o la oveja xalda. Su amor a esta raza fue lo que llevó a Daniela, suiza de nacimiento, a criar una especie hoy en peligro de extinción y a obtener una lana «muy específica que no sirve para todo tipo de productos». Afirma que no hay costumbre de trabajar con la lana y por ello aboga por un modelo alejado del industrial para sacar toda la potencialidad y «hacer lo que buenamente se pueda».
Los primeros años contaban tan solo con cuatro ejemplares de xalda y utilizaban la lana para abono de la huerta. Ahora tienen alrededor de cincuenta ovejas que esquilan una vez al año, por lo que han tenido que ampliar el espacio físico de la finca hasta los 10.000 metros cuadrados que hoy ocupa para poder llevar a cabo todo el proceso productivo.
Comenzaron a recoger agua de lluvia debido a que su ph contiene menos dureza y así poder lavarla y empezar con el proceso de eliminar la lanolina, una grasa natural que después usan para realizar sus propios jabones. «Aquí todo lo que sale de la oveja, se aprovecha», insiste Daniela mientras muestra cómo carda la lana.
Su idea no era montar un taller de producción, pero las visitas de turistas y los encargos que recibían animaron a Daniela a buscar maquinaria para cardar la lana y así facilitarle el trabajo. En España no fue fácil hallar este tipo de herramientas, por lo que recorrió ferias de ganadería de distintos países como Francia donde encontró ruecas de más de cien años de antigüedad. A pesar de que la tecnología facilita su día a día en esta labor, ella no renuncia al cepillo para cardar y así es como enseña a todos los visitantes que llegan a su granja para aprender todo el proceso.
Internet fue clave para mostrar al mundo su estilo de vida y así pasar de ser una casa rural más a ser un ecomuseo donde los visitantes realizan actividades que les permiten acercales al campo asturiano. Entre sus recuerdos está que en los primeros años su página web daba la bienvenida con el sonido de un gallo, que ponía sobre aviso al visitante de que aquello era el comienzo de una aventura donde vivir el medio rural de una forma muy auténtica. «El campo está deshumanizado por la falta de conocimiento y nosotros quisimos mostrar nuestra manera de vivir, muy rea», afirma Severino, un apasionado del ‘slow food’, un concepto desconocido para la mayoría basado en recuperar los sabores de aquellas razas que precisamente son pequeñas, como las asturianas, porque alimentan a un entorno determinado y que permite «poder volver al modelo de nuestros abuelos, criando lo que se necesita para vivir y recuperando lo perdido».